Hay un dicho que dice: “educad a los niños y no será necesario
castigar a los hombres”. La adolescencia es como una mudanza, un
desorden temporal. Es una etapa accidental que se corregirá con el
tiempo. La inconveniencia de la adolescencia está en no saber lo que se
quiere, pero sin embargo quererlo a toda costa. La mayoría de los
adolescentes se están transformando en aborrecentes.
Hoy no
perciben que las mejores redes sociales son las que funcionan sin
internet. Estas generaciones: “z”, “y “, “nini” o “millennials”, no
tienen idea de la valoración como vos la conociste. No es lo mismo vivir
en la facilidad que en la dificultad. Su mayor preocupación está entre
cambiar su aparato telefónico o tomarse un año sabático. Se quejan de
los quehaceres domésticos. Su adolescencia parece eterna, se han
desfasado diez años. Están viviendo un mundo tan virtual, irreal,
vertiginoso y con relaciones tan superfluas que no han aprendido el
verdadero valor de la amistad o de la familia.
Un gran número, no
tienen la más mínima idea de lo que es el esfuerzo. Han recibido todo y
más. Se están despilfarrando los obsequios que este mundo les ha
entregado y no han vivido la escasez y mucho menos la miseria. Y no es
que quieras eso para ellos, jamás, pero ¿cómo se los explicarás? ¿Cómo
lograrás transmitirles que lavar pañales de tela, secarlos y volver a
usarlos enganchados con un gigante alfiler dorado era cosa de todos los
días? ¿Cómo les mostrarás que madrugar era a las seis de la mañana? ¿Qué
le decís cuando creen saber de todo pero no saben de nada en
profundidad?
Es real, se desconfía del criterio de los jóvenes
porque vos ya lo fuiste. Sin embargo, es importante que tomes conciencia
de que todo esto es tu responsabilidad. Seguramente creciste “en la
falta”, en el “repartir” a costa de todo, bajo la drástica autoridad de
tus padres. Y maduraste en la libertad, el desapego y el consumismo. Te
perdiste entre medio. Tus hijos son el fiel reflejo de tus carencias. Y
lo grave es que los jóvenes de hoy se están suicidando porque no han
aprendido a valorar y se frustran en un segundo, (actualmente es la
décima causa de muerte a nivel mundial, con casi un millón de suicidios
al año).
Y, ¿cómo hacerlo? Volviendo a los orígenes. Amando la
raíz. Hace no más de treinta años, se tenían mas hijos, eran más
hermanos. Las casas eran una gran comunidad y los hijos que se casaban
construían las suyas al lado de la de sus padres. La idea era siempre
ayudar, estar para el otro, servirse. Cuando los padres envejecían, los
hermanos se turnaban para darles acogida y cariño en sus casas.
Disfrutar de todos los abuelos. Esta conducta familiar era heredada de
las tribus que construían sus casas con habitaciones para los hijos y
para los padres que ya ancianos serían venerados y cuidados en el ocaso
de sus vidas.
Efectivamente en esa época se vivía menos, la
expectativa de vida era de sesenta y cinco años. Hoy, la longevidad
aumentó veinte años. Las familias actuales están teniendo en promedio
dos hijos – lo que me parece fantástico – y a la hora de decidir qué
hacer con los padres o con el viudo, en la mayoría de las veces se
prefiere una casa de acogida para adultos mayores. Industria que ha
crecido exponencialmente en las últimas dos décadas. La vida
desenfrenada te ha puesto más frío, más distante, más insensible. Sé por
experiencia propia que no es fácil tener a un adulto mayor en casa.
¿Qué
hacer entonces? Conversar en familia. Resolver desde el amor. Y esa
determinación que sea sin culpa pero con responsabilidad. El “tener”, le
está ganando la pulseada al “querer” estar con los tuyos, desde el
nacimiento a la muerte. El vivir en verdadera comunión familiar quedó en
el olvido y la individualidad está logrando rápidamente su triunfo.
Volver a mirarnos es nuestro gran desafío. Aprovechar cada instante del
transcurso de tu vida, recuperando el afecto por quienes te cuidaron y
educaron. Mirarnos admirándonos. Entonces quizá, recuperarás la
conversación franca e interesada, volverás a valorar lo simple y a
descubrir la madurez, sin frenesí ni relaciones de papel.
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